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Cuento de Navidad

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Érase una vez una fundación destinada a ser hogar para las personas que han elegido vivir con nosotros la última etapa de su vida. Una fundación que, aunque en ningún caso pretende sustituir a la familia ni a la propia casa, sí trabaja para hacer de la residencia un hogar. Un hogar en el que, como en nuestros hogares hay días buenos y malos, donde se acierta y se cometen errores, donde, en definitiva, se comparte vida.


Así nuestra residencia es una casa grande alegre, llena de vida, de experiencias, de años de sabiduría, de dolor, de dependencia, una casa abierta al barrio y a la vida, acogedora y testimonio vivo del paso del tiempo en el barrio, donde las Señoras, sus familias, los voluntarios, las amistades y los profesionales comparten vida.


De repente, una mañana de marzo de 2020 llega la sensación de miedo ante un virus desconocido. Y esa casa abierta, tiene que cerrar sus puertas, quedando confinadas en su interior todas las personas que viven en ella. Empiezan entonces las noticias horribles sobre las residencias y todos nos sentimos doblemente impotentes, ante el virus y ante el bombardeo mediático sobre los centros residenciales.


La experiencia vivida en estos meses de pandemia nos ha hecho admirar todavía más a las personas para las que trabajamos. Han sido días, semanas y meses muy duros en los que la vida de cada una de las personas que vive en la residencia se ha reducido a una habitación. Todos hemos experimentado lo que supone estar confinados, pero para las personas que viven en centros de mayores, la experiencia ha sido y sigue siendo muy dura. Pero a pesar de todas estas dificultades, no han dejado de sorprenderos las ganas de luchar y de vivir y el agradecimiento a cada pequeño gesto que recibían de los profesionales (una mirada, una palabra, una flor cortada del jardín en el día de su cumpleaños, ...) y cómo, olvidándose de su situación personal, se interesaban por nuestras familias y, en ocasiones, nos transmitían
serenidad en los días en que la angustia no nos dejaba dormir en paz.


No podemos olvidarnos de las familias, sufridoras desde casa de no poder acompañar a sus seres queridos pero siempre apoyando y estando cerca tanto de las señoras como de los profesionales en estos días tan difíciles, de los voluntarios que sin poder venir a realizar su labor presencial en la residencia han estado presentes llamado porteléfono a las señoras o estando pendientes de la evolución de la pandemia y dándonos ánimos para seguir adelante, de personas anónimas que sin conocernos personalmente se han volcado en ayudarnos aportando una mano en los momentos de mayor necesidad (apoyando en el reparto de bandejas de comidas, facilitando material de protección o haciendo llegar marcapáginas pintados a mano de acuarelas de flores con el lema de “una flor para otra flor”), gestos, todos ellos, que nos hacían
mantener la esperanza.


Por eso, aunque sigamos viviendo una situación difícil, queremos compartir con todos vosotros esta Navidad. Nos hemos esmerado por llenar la casa de rincones acogedores donde vivir la magia de la Navidad, como hacían cada una de las Señoras en sus casas y, desde lo más profundo de nuestros corazones, os damos las GRACIAS deseando que pronto podamos volver a compartir presencialmente la vida en la residencia.


¡Feliz Navidad!


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